Himno a las estrellas
Una breve reseña biográfica y a continuación una poesía del para mí prolífico y gran escritor, (poesía satírico-burlesca, amorosa, moral, heroica, circunstancial, descriptiva, religiosa y fúnebre):
Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos.
Imagen: http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Quevedo
Nace el 14 de septiembre de1580 en Madrid, España. Estudia en el Colegio Imperial de los Jesuitas de Madrid, y luego pasa a la Universidad de Alcalá de Henares y también a la de Valladolid (cuando residía allí la corte 1601-1606) ciudad ésta donde adquirió su fama de gran poeta y donde circularon los primeros poemas de Quevedo, que imitaban o parodiaban los de Luis de Góngora (bajo seudónimo Miguel de Musa) lo que hizo famosa la rivalidad y la enemistad entre ambos. Muere en Villanueva de los Infantes el 8 de septiembre del año1645 a los 65 años. En 1603, en Valladolid, Pedro Espinosa recoge materiales para la antología de las Flores de Poetas Ilustres de España, e incluye en ellos unos 17 poemas de Quevedo, testimonio de la fama que se había granjeado ya un poeta que apenas tenía 23 años. La obra poética de Quevedo, está constituida por unos 875 poemas de casi todos los géneros.
A vosotras, estrellas,
alza el vuelo mi pluma temerosa,
del piélago de luz ricas centellas;
lumbre que enciende triste y dolorosa
a las exequias del difunto día,
huérfano de su luz la noche fría;
ejército de oro,
que, por campañas de zafir marchando,
guardáis el trono del eterno coro
con diversas escuadras militando;
argos divino de cristal y fuego,
por cuyos ojos vela el mundo ciego;
señas esclarecidas
que, con llama parlera y elocuente,
por el mudo silencio repartidas,
a la sombra servís de voz ardiente;
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pompa que da la noche a sus vestidos,
letras de luz, misterios encendidos.
De la tiniebla triste,
preciosas joyas, y del sueño helado,
galas, que en competencia del sol viste;
espías del amante recatado,
fuentes de luz para animar el suelo,
flores lucientes del jardín del cielo.
Vosotras de la luna
familia relumbrante, ninfas claras,
cuyos pasos arrastran la fortuna,
con cuyos movimientos muda caras,
árbitros de la paz y de la guerra,
que, en ausencia del sol, regís la tierra;
vosotras, de la suerte
dispensadores luces tutelares,
que dais la vida, que acercáis la muerte,
mudando de semblante, de lugares;
llamas, que habláis con doctos movimientos,
cuyos trémulos rayos son acentos;
vosotras, que enojadas
a la sed de los surcos y sembrados,
la bebida negáis, o ya abrasadas
dais en ceniza el pasto a los ganados,
y si miráis benignas y clementes,
el cielo es labrador para las gentes;
vosotras, cuyas leyes
guarda observante el tiempo en toda parte,
amenazas de príncipes y reyes,
si os aborta Saturno, Jove o Marte;
ya fijas vais, o ya llevéis delante
por lúbricos caminos greña errante;
si amasteis en la vida,
y ya en el firmamento estáis clavadas,
pues la pena de amor nunca se olvida,
y aún suspiráis en signo transformadas,
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con Amarilis, ninfa la más bella,
estrellas ordenad, que tenga estrella.
Si entre vosotras una
miró sobre su parto y nacimiento,
y de ella se encargó desde la cuna,
dispensando su acción, su movimiento;
pedidla, estrellas, a cualquier que sea,
que la incline siquiera a que me vea.
Yo, en tanto desatado
en humo, rico aliento de Pancaya,
haré que peregrino y abrasado,
en busca vuestra por los aires vaya:
recataré del sol la lira mía,
y empezará a cantar muriendo el día.
Las tenebrosas aves,
que el silencio embarazan con gemido,
volando torpes y cantando graves,
más agüeros que tonos al oído,
para adular mis ansias y mis penas,
ya mis musas serán, ya mis sirenas.
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